La sala del hospital irradiaba una luz cálida, pero no lo suficiente para disipar el frío que se apoderaba del corazón de Cristian Nodal. Allí, frente a Ángela Aguilar, la mujer a la que tanto amaba, se encontraba un abismo de olvido que ninguna canción, por más emotiva que fuera, parecía capaz de salvar. Ángela había despertado del coma, pero su mente había decidido borrar una parte crucial de su vida: a él.
Cuando Pepe Aguilar y Anelisa le mostraban las fotos de su boda con Cristian, Ángela reaccionaba con la inocencia de una niña viendo algo ajeno, sin recuerdos, sin conexión. Sonreía ante las imágenes, reconocía lo hermosa que lucía en su vestido blanco, pero su alma no respondía al rostro que la acompañaba. Cristian, ese hombre que había jurado amarla para siempre, ahora era solo un desconocido para ella, alguien que no lograba traspasar la niebla que cubría su memoria.
Los padres de Ángela intentaban, con palabras llenas de ternura, devolverle algo de la realidad que había perdido, pero ella simplemente no podía recordar. “¿Mi esposo?” dijo Ángela, casi como si la idea de estar casada fuera una broma divertida. “Es guapo, pero… no sé, hay algo en sus ojos, parece un poco… mujeriego, ¿no?” Ese comentario cayó en la habitación como un cuchillo afilado, desgarrando el poco control que Cristian aún intentaba mantener. El silencio se hizo más pesado, y el dolor en su pecho creció, como si una mano invisible estuviera apretando su corazón.
Cristian, en un intento desesperado por despertar algún recuerdo en ella, comenzó a cantar. Su voz, siempre poderosa, se llenó de vulnerabilidad. Cada palabra de la canción resonaba con la promesa de amor que alguna vez los había unido. Ángela lo miraba fijamente mientras cantaba, pero no con el amor que alguna vez había sentido por él, sino con la curiosidad distante de alguien que observa a un extraño. Cuando terminó la canción, su respuesta fue devastadora. “Cantas muy bien,” dijo con una sonrisa juguetona, “pero sigues siendo un desconocido para mí.”
Aquellas palabras fueron la estocada final. Cristian sintió cómo se desmoronaba por dentro. Todo el esfuerzo, todo el amor que había puesto en esa canción, no había logrado atravesar la barrera que separaba su realidad de la de ella. Se levantó, derrotado, sin poder soportar un segundo más de esa tortura emocional. “No puedo hacer esto,” murmuró, mientras sus pasos lo alejaban de la cama de Ángela y de la única persona que había logrado romper sus defensas.
Sus padres, impotentes, lo observaron salir de la habitación. Las palabras de Pepe resonaron en el silencio después de su partida: “Era alguien que te quería mucho, hija… mucho más de lo que imaginas.” Ángela, sin comprender el peso de esas palabras, simplemente frunció el ceño y volvió a mirar las fotos. “Ojalá pudiera recordarlo,” dijo, como si su falta de memoria no fuera más que un inconveniente pasajero.
Cristian, por otro lado, caminaba por los pasillos del hospital como un hombre perdido en un laberinto de emociones. Cada paso que daba lo alejaba más de la mujer que amaba, y el dolor era insoportable. “¿Cómo es posible?” se preguntaba una y otra vez. “¿Cómo puede recordar todo menos a mí?” Las lágrimas querían brotar, pero se las tragó, negándose a ceder ante la desesperación. No podía aceptar la realidad que estaba enfrentando. Para él, todo lo que habían vivido juntos aún existía, cada beso, cada promesa, pero para ella, todo había desaparecido, como si nunca hubiera sucedido.
La frustración lo consumía, el dolor lo ahogaba. Salió del hospital sintiéndose más vacío que nunca, como si una parte de él se hubiera quedado atrás, atrapada en ese cuarto frío, junto a la mujer que ya no lo reconocía. Llegó a su hogar, esa mansión que antes había sido un refugio, pero que ahora le resultaba un recordatorio cruel de lo que había perdido. Se dejó caer en el sofá, exhausto, y el eco de los recuerdos lo asaltó sin piedad. “Ella no me recuerda,” pensaba una y otra vez, mientras las imágenes de su vida juntos pasaban por su mente.
Habían compartido tanto, cada momento lleno de amor y complicidad. ¿Cómo podía haber desaparecido todo eso para ella? La desesperación lo invadía, pero también una chispa de rabia comenzaba a encenderse en su interior. ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? El destino le había jugado una broma cruel, y él no sabía cómo enfrentarlo. Intentó dormir, pero el sueño no llegaba. Cada rincón de la casa le recordaba a ella, y el vacío que había dejado en su vida era insoportable.
Los días pasaron y Cristian se hundía cada vez más en su dolor. Ángela, por su parte, seguía su vida con la ligereza de quien ha olvidado una carga pesada. Para ella, el mundo era un lugar lleno de nuevas posibilidades, pero para Cristian, era un infierno del que no podía escapar. Las miradas de compasión de los amigos y familiares solo lo enfurecían más. Todos sabían lo que había perdido, pero nadie podía entender realmente lo que significaba vivir sin el amor de su vida, aun teniéndola tan cerca.
En algún momento, Cristian tuvo que enfrentar una decisión difícil: seguir esperando a que Ángela lo recordara o aceptar que quizás nunca lo haría. El tiempo seguía su curso, pero las heridas en su corazón no cicatrizaban. Mientras Ángela reía y disfrutaba de su nueva vida, Cristian se debatía entre el amor que aún sentía por ella y la necesidad de seguir adelante. Pero, ¿cómo se sigue adelante cuando la persona que amas ha olvidado todo lo que alguna vez los unió?
La tentación de rendirse estaba siempre presente. Cristian era conocido por ser un mujeriego en el pasado, y muchas personas pensaban que no tardaría en volver a sus viejos hábitos. Sin embargo, esta vez era diferente. El Cristian de antes ya no existía. El amor que sentía por Ángela lo había transformado, y aunque ella no lo recordara, él no podía traicionar lo que alguna vez tuvieron.
Pero, ¿podría él mantener esa promesa de fidelidad cuando el dolor de su pérdida lo estaba destrozando? ¿Podría resistir la tentación cuando todo a su alrededor parecía estar empujándolo a dejar atrás el pasado y buscar consuelo en los brazos de otra persona? La respuesta a esas preguntas aún estaba por descubrirse.
Cristian se encontraba en una encrucijada emocional. Cada día era una lucha entre el amor que lo mantenía atado a Ángela y la realidad que le pedía seguir adelante sin ella. Pero una cosa era cierta: su corazón aún le pertenecía a ella, aunque para ella, él no fuera más que un desconocido.
El futuro de Cristian Nodal y Ángela Aguilar era incierto. Nadie sabía si ella alguna vez lo recordaría, ni si él podría seguir esperando. Pero lo que estaba claro es que el amor que alguna vez compartieron había dejado una huella profunda en él, una que el tiempo no podría borrar fácilmente. ¿Lograría Cristian mantenerse fiel a ese amor o su naturaleza lo llevaría por otro camino? Solo el tiempo lo diría. Pero mientras tanto, el dolor de haber sido olvidado lo acompañaría en cada paso, recordándole que, a veces, el amor verdadero también puede ser la más cruel de las tragedias.