La primera vez que Cazzu pisó México para una celebración tan emblemática como el Día de Muertos, la emoción era palpable en su rostro. Desde el primer momento, todo indicaba que este evento no sería solo una gala más en su ajetreada vida, sino una experiencia profundamente significativa. Desde los chilaquiles verdes con extra crema que degustó por la mañana, hasta el momento en que por fin se puso el impresionante Alexander McQueen que había soñado lucir durante semanas, cada paso parecía una pequeña aventura. Pero lo que realmente resaltaba era su genuino entusiasmo por sumergirse en una cultura que siempre había admirado desde la distancia, una tradición que, según sus palabras, le resultaba mágica.

Mientras Cazzu se preparaba para la gala, algo en su energía cambió. Al principio, su tono era relajado, casi despreocupado, pero conforme avanzaba el día, la presión comenzó a hacerse presente. Lo confesaba con una sonrisa nerviosa: “Esta es la primera vez que dejo a mi bebé por unas horas”, admitió. No era una declaración superficial, sino el reflejo de una madre primeriza que, por primera vez, enfrentaba la compleja mezcla de emociones al separarse, aunque sea por un breve periodo, de su pequeño. Esta sensación de novedad y nerviosismo impregnaba cada uno de sus gestos mientras intentaba acostumbrarse a ese “aparato rarísimo” que había comenzado a usar desde que nació su bebé.

Por supuesto, la parte más emocionante del día no era simplemente arreglarse para la gala. Era la celebración en sí misma. Cazzu había crecido en Argentina, donde también se conmemora el Día de los Santos Difuntos, pero la magnitud de la festividad en México la dejó impresionada. En Argentina, la tradición es más privada, más reservada. Algunas familias colocan un plato de comida y una fotografía para honrar a sus seres queridos, pero en México, todo adquiere una dimensión distinta. “Aquí, toda la ciudad se viste de Día de Muertos”, comentaba con admiración. Y esa era precisamente la magia que tanto la cautivaba: la capacidad de convertir el recuerdo y la tristeza en una celebración vibrante y colorida, donde la memoria de los seres queridos no se queda en la melancolía, sino que se transforma en una fiesta que honra su legado.

Mientras la maquillaban para la gala, Cazzu no podía evitar mostrar su lado más auténtico. Admitía que, desde que había tenido a su bebé, había tenido que resignar muchas cosas. “Tuve que reducir mi maquillaje, resignar el pelo pesado, porque ahora llevo siempre cosas para la bebé”, bromeaba mientras sostenía una pequeña bolsa de maquillaje. “¿Quién me viera con esta bolsita tan pequeña?”, reía, dejando entrever cómo la maternidad había transformado no solo su rutina, sino su forma de ver la vida. A pesar de los cambios, había algo que no perdía: su estilo único y su determinación de mantener su esencia, aunque ahora tuviera que hacerlo con un poco más de practicidad.

El maquillaje, según confesaba, era siempre un “freestyle”. No había un plan definido, todo se decidía sobre la marcha. Y ese estilo despreocupado y creativo se reflejaba en su actitud hacia la vida. “Yo soy del freestyle”, afirmaba mientras se concentraba en el delineado, ese momento crítico en el que, según sus propias palabras, “todo el mundo deja de respirar”. La presión de estar lista a tiempo para la gala aumentaba, pero Cazzu mantenía la calma, sabiendo que, al final, todo siempre funcionaba. Y esa confianza en sí misma era, en muchos sentidos, lo que la había llevado hasta donde estaba.

Sin embargo, la velada no se trataba solo de lucir espectacular en la alfombra roja. Para Cazzu, la celebración del Día de Muertos tenía un significado más profundo. Era una oportunidad para reflexionar sobre la importancia de honrar a los que ya no están, de mantener viva su memoria de una manera positiva. “Celebrar la memoria de la gente que extrañamos me parece mágico”, decía con una sinceridad que conmovía. Para ella, esta tradición era más que una simple festividad; era una forma de encontrar consuelo y conexión con aquellos que se han ido, una manera de recordar que, aunque ya no estén físicamente, su presencia sigue viva en nuestros corazones y en nuestras celebraciones.

A medida que avanzaba la tarde y los preparativos se acercaban a su fin, el nerviosismo de Cazzu aumentaba. Era comprensible: después de todo, no solo era su primera vez en una gala del Día de Muertos, sino que también enfrentaba la presión de representar no solo a sí misma, sino a toda una cultura que había aprendido a amar. Sin embargo, había algo en su actitud relajada que sugería que, a pesar de los nervios, estaba lista para afrontar el desafío.

Finalmente, llegó el momento de salir corriendo hacia la alfombra roja. Con el Alexander McQueen ajustado a la perfección y el maquillaje impecable, Cazzu estaba lista para deslumbrar. Sin embargo, mientras se dirigía al evento, no podía evitar hacer una última reflexión. “Esto es rarísimo”, repetía una y otra vez, como si aún no pudiera creer que estaba allí, en México, celebrando una de las tradiciones más emblemáticas del país. Pero, a pesar de lo “rarísimo” que todo podía parecerle, había una sensación de que, de alguna manera, todo estaba en su lugar. Estaba exactamente donde debía estar.

El desfile por la alfombra roja fue un éxito, como era de esperarse. Pero más allá de los flashes y las cámaras, lo que realmente importaba para Cazzu era la experiencia, la oportunidad de sumergirse en una cultura rica y vibrante, y de formar parte, aunque fuera por un día, de una tradición que celebra la vida a través de la muerte. Y mientras caminaba hacia la gala, rodeada de los coloridos altares y las ofrendas que adornaban la ciudad, Cazzu no podía evitar sonreír. Porque, en el fondo, sabía que este era solo el comienzo de una nueva etapa en su vida, una etapa en la que, como madre y como artista, continuaría evolucionando, siempre fiel a sí misma, siempre dispuesta a abrazar lo nuevo, lo diferente, lo mágico.

Y así, entre la belleza de las flores de cempasúchil y la calidez de las velas que iluminaban la noche, Cazzu celebró el Día de Muertos por primera vez. Pero más que una celebración, fue una lección de vida: una lección sobre la importancia de honrar el pasado, de celebrar el presente y de seguir adelante con el corazón lleno de amor y gratitud.